MORIR DE AMOR
Por ÁLVARO BUSTOS GONZÁLEZ
tomado de EL MERIDIANO de cordoba
Investigadores ingleses han publicado en Archives of Internal Medicine su experiencia con 9 mil casos de duelo afectivo, y llegaron a la conclusión de que la muerte por amor (por distintas causas o por enfermedad cardiaca después de la pérdida del ser amado) se observa 34 veces más frecuentemente entre los viudos o los abandonados que entre quienes gozan a perpetuidad de los bienes de la buena compañía. Para depurar sus observaciones, los estudiosos excluyeron factores agravantes como la obesidad, la diabetes y el alcoholismo, y el riesgo de enfermedad del corazón se redujo en sólo 10 puntos. Otros estudios, uno con 4 mil pacientes en Glasgow y otro con 50 mil viudos y viudas, realizado por el Dr. Russell Friedman, director del Grief Recovery Institute, finalizaron con idénticos resultados: "Se sienten como si hubieran perdido una parte de su cuerpo. Algunos dicen que es como si los hubieran partido por la mitad".
El corazón, como órgano portador de emociones, no parece admitir titubeos. El mecanismo es desconocido, pero no hay duda de que en circunstancias dolorosas puede llegar al paro o a la defección, propiciando la muerte en poco tiempo. La sensación opresiva en el pecho cuando se viven momentos de angustia o ansiedad extrema dan buena cuenta de ello. El trasfondo es la depresión, pero el suceso es catalizado por una serie de sustancias con efectos vasculares, las cuales, unidas a un desarreglo transitorio del sistema inmune, predisponen de igual modo a la enfermedad cardiaca y al cáncer. No es posible desestimar el hecho de que el tumor de la lengua que amenaza la vida de Germán Espinosa apareció después de la muerte de Josefina, su mujer, sin cuya presencia él considera que no vale la pena seguir viviendo.Los jóvenes, en estos casos, tienden al suicidio o a la drogadicción; sus corazones, todavía fuertes por la edad, no suelen desarrollar la obstrucción coronaria sino el enloquecimiento de la cabeza. Esta situación, la de la pérdida del juicio, no sólo se da en adolescentes que han tenido una pérdida sentimental; también se da, y de qué manera, en viejos que han adquirido un nuevo amor, cuando éste comienza a arrastrarlos por el camino de la desesperación y los afanes intemporales. "Este amor, este enloquecimiento de amor que me está matando", recitaba un poeta vernáculo al trasluz de una noche de bohemia en un campo constelado de luciérnagas.
Es abundante la subliteratura que hoy pretende demostrar que el amor no es lo que es. Se le pinta como un acto racional (no quiero decir que el amor está exento de razones, porque él puede que sea ciego pero no conviene que sea tonto), como una opción llena de simetrías entre un hombre y una mujer, como un fenómeno susceptible de aprenderse que siempre conduce a una arcadia, en la que finalmente se van a encontrar en dichosa armonía dos seres imperfectos, alejados por su propia voluntad de todo sufrimiento y de toda resignación. Ese ocultamiento de la verdad que entraña una pasión como la del amor, es el que ha contribuido a trivializar las relaciones y los vínculos en nuestros días. Mientras aquellos autores, objeto de culto en vitrinas y mercados de fruslerías, muestran la faz amable y dulce de las cosas, la realidad, que está llena de perversiones irreductibles y que poco se ocupa de espejismos, nos va enseñando que aquel ideal romántico se ha convertido en una nube pasajera, genitalizada en su forma y en su fondo (que eso se lava y queda lo mismo, dicen muy orondos los gaznápiros), y de cuya abismal certidumbre sólo se ocupan la muerte y los dolores insanables de quienes lo han perdido todo en el altar de sus castos ideales. Hay que ver la cantidad de noviazgos juveniles que hoy se terminan impunemente después de varios años de presuntos y engañosos buenos propósitos.
Coletilla: No cesarán por muchos días las conmemoraciones alrededor de la figura del Che Guevara. Está bien que se encomie su compromiso con los desvalidos y su sacrificada búsqueda de la justicia social. No puedo desconocer el reconocimiento que a su espíritu desprendido y desinteresado hizo en su momento Ernesto Sabato. Pero tampoco puedo olvidar que Guevara fue un guerrillero sanguinario, que promulgaba como un poseso (algo propio de todo fanático) la validez del asesinato. De él no nos ha quedado la virtud; es palmario que su figura mítica sigue alumbrando, bajo su mirada dura y su melena al viento, los caminos más horrendos (como causa y efecto) de nuestra violenta historia reciente. Un gran hombre no sólo debe proclamarse bueno y solidario; debe ser, sobre todo, un ser compasivo con sus semejantes. Y éste revolucionario no parece haberlo sido sino de palabra.
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